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Desembre 2020 - #101

El Servei de Salut Pública informa

#Yomequedoencasa. Vivienda y salud en tiempo de pandemia

© ISGlobal

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Hay una relación directa entre las condiciones de la vivienda y la salud de las personas que residen. Esto se ha demostrado en los últimos años por un creciente volumen de evidencia científica y es reconocido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound). Y es que la vivienda afecta nuestra salud en una infinidad de formas, muchas de ellas relativamente menores, pero que en conjunto forman uno de los determinantes sociales clave sobre la salud.

La OMS estima que las condiciones inadecuadas de la vivienda causan más de 100.000 muertos y morbilidades significativas cada año a Europa. El 15% de la población europea vive en una vivienda con goteras al techo, humedades en paredes, suelos o cimentaciones, o deterioro en estructuras de madera o elementos estructurales. El 20% dice no disponer de una vivienda que proteja del calor excesivo en verano y el 13% de un domicilio que proporcione calor suficiente en invierno.

De hecho, el más habitual es que muchas viviendas conjuguen más de uno de estos factores con resultados nocivos para la salud, a veces produciendo un efecto sinérgico que aumenta el riesgo total. Es el caso de la exposición combinada al humo de tabaco y radón sobre la incidencia de cáncer de pulmón, o de la exposición combinada a partículas PM10 al aire y bajas temperaturas sobre la incidencia del infarto de miocardio. Un reciente estudio indica que cada característica inadecuada adicional a la vivienda se asocia en un peor estado de salud, más consumo de medicamentos y más riesgo de hospitalización.

La vivienda influye en nuestra salud

La actual crisis por la pandemia de la COVID-19 ha demostrado en más medida, si es posible, la importancia de unas condiciones saludables de la vivienda y su entorno inmediato. Si ya pasábamos alrededor del 70% de nuestro tiempo al hogar, los recientes periodos de confinamiento a que nos hemos visto abocados han hecho que este porcentaje aumente a la práctica totalidad de nuestro tiempo diario. Además, más allá del contexto actual, a medio y largo plazo, la previsión es que pasamos más tiempo a casa, pues a la implantación cada vez más grande del teletrabajo y la educación a distancia se unen grandes retos actuales como el envejecimiento poblacional o el cambio climático.

Aunque con diferentes grados de rigidez, el confinamiento en el domicilio ha sido una de las estrategias más comunes implementadas a nivel mundial por gobiernos nacionales y regionales para frenar la propagación del virus. Esto ha puesto de manifiesto las deficiencias en buena parte del parque residencial existente, al tiempo que nos lleva a exigir más flexibilidad, polivalencia de espacios, o capacidad de aislamiento. España tiene la mayor proporción de pisos en su parque de viviendas de todo Europa. No sorprende, pues, que el principal problema de las viviendas españolas detectado a la encuesta europea sobre calidad de vida (EQLS) sea la carencia de acceso en espacios abiertos o exteriores. Aun así, también encontramos en nuestro parque edificado problemas como la escasez de metros cuadrados, la carencia de ventilación o luz natural, la mala calidad del aire interior, o los problemas de accesibilidad tanto en el domicilio como las zonas comunes del edificio.

Condiciones inadecuadas de las viviendas han convertido el confinamiento en una experiencia especialmente difícil por aquellos grupos más desfavorecidos y vulnerables. Serán estos quienes, al pasar más tiempo a su hogar, asuman también más riesgos para la salud. El hacinamiento asociado a la escasez de metros cuadrados y la distribución inadecuada de la vivienda –condición que sufren especialmente los hogares monoparentales– impidió en muchos casos una distanciación social suficiente entre convivientes, convertirse durante el periodo de confinamiento en un problema de transmisión intrafamiliar. Del mismo modo, condiciones ambientales que mitigan la propagación de virus –como la radiación solar directa, ventilación e higiene de espacios interiores, o espacios abiertos exteriores– no están al alcance de todo el mundo. Vemos, pues, que las condiciones y exposición a riesgos específicos de la vivienda sobre la salud no son solo prioridades en salud pública; también lo son de cara en la equidad en materia de salud y justicia ambiental, puesto que tienen un profundo impacto sobre la vida diaria de las personas.

Abordar la compleja relación entre la vivienda y la salud va más allá de la necesidad de aumentar la eficiencia energética de nuestro parque edificado -para el cual Europa tiene previsto invertir más esfuerzos a raíz de esta crisis-. Hacen falta también medidas de carácter multifacètic que impliquen las personas residentes, que se transmitan conocimientos y se incentive la rehabilitación y mejora de múltiplos características y condiciones de la vivienda que pueden estar afectando la salud física, mental y social. Y es que la evidencia científica reciente apunta hacia un concepto clave e imprescindible que tiene que llegar a todos los agentes implicados: la vivienda influye en nuestra salud y es especialmente importante destacar que las mejoras en la salud de la población puede ser que no sean posibles si no se solucionan, al mismo tiempo, las deficiencias en nuestras viviendas.

La Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal trabaja desde mayo de 2020 en colaboración con la Diputación de Barcelona en una revisión de la evidencia científica sobre vivienda y salud, dentro del marco del proyecto "Entorno Urbano y Salud".

Carlota Sáenz de Tejada
Investigadora postdoctoral de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud
Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal)

Boletín: EspaiS@lut
Número de boletín: #101 - Desembre 2020

 
 

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